Estoy segura de que todos los lectores de este blog se habrán preguntado eso miles de veces en su vida. Al menos eso parece, por los resultados de la encuesta, el 100% de los que contestaron querían saber el porqué de esos despistes. Se está haciendo algo como, por ejemplo, un equipaje, o limpieza en la casa, o trabajar con el ordenador, o lo que sea, de repente se nos pasa por la cabeza que tenemos que hacer una tarea, “¡Ay! Que tengo que sacar el pescado del congelador”. Vamos a la cocina, nos vemos allí y nos preguntamos: “¿A qué demonios venía yo aquí?” Intentamos recordarlo, pero nada, nuestra mente parece estar en blanco, no tenemos ni la más leve pista de qué íbamos a hacer. Volvemos a nuestra tarea. Al cabo de un rato nos volvemos a acordar del pescado. Volvemos a ir a la cocina y, con suerte, nos acordaremos. Si sóis como yo, este ciclo podría repetirse tres o cuatro veces, y con verdadera exasperación vemos que, otra vez, nos preguntamos: “¿A qué demonios venía yo aquí, ¡otra vez!?”
Mucha gente mediando la treintena o empezando la cuarentena me dice asustada que eso le pasa ahora y que antes no le ocurría, y están enormemente angustiados con el temor de estar haciendo algún tipo de demencia senil (bueno, siempre se piensa en el señor ese alemán, en el Alzheimer, que es la única demencia senil conocida por el gran público). Nada más lejos de la realidad.
Este tipo de “despistes” pueden ser de varios tipos, puede ser del descrito, pero también es frecuente no saber dónde se ha puesto algo (típico las llaves y las gafas, o dónde hemos aparcado el coche), o lo que es peor, olvidar una cita, u olvidar hacer algo que habíamos prometido, porque en estos casos no es la memoria la que se ve poco fiable, sino la persona, lo que deja nuestra imagen en entredicho. Estos últimos (¿Dónde aparqué el coche? ¿A qué hora teníamos cita?), se deben a otra causa, normalmente a la fase de codificación de la información… en tres palabras: falta de atención. Hablaremos de ellos otro día y pondré algún vídeo divertido sobre la atención.
Volvamos a “¿A qué demonios venía yo aquí?”. Si observamos bien, ¿qué ocurría en nuestra mente en el camino entre la habitación donde estábamos haciendo el equipaje y la cocina? ¿Estábamos pensando en el pescado? Muy al contrario, estábamos pensando en el equipaje, “tengo que meter un polar porque va a hacer frío… voy a mirar la predicción del tiempo a ver si va a llover… que no se me olviden los apuntes…” Con tantas cosas en la cabeza, el pescado que tiene la ocurrencia de no estar asociado con el equipaje, desaparece rápidamente de nuestra conciencia. Hoy me ha pasado a mí cocinando. Estoy doblando al español unos DVDs nuevos para el próximo Curso Inicial de Integración del Ciclo Vital y al cocinar, de repente he pensado: “¿le he echado sal a la comida?” Afortunadamente me he dado cuenta a tiempo, porque no había echado ni pizca… ¿Estaba mi mente cocinando? No, lo estaban haciendo mis manos y mi cuerpo, que lo tenía colocado en la cocina, haciendo una tarea, ya bastante automática; mi mente, toda mi atención y mi conciencia estaba puesta en la edición de los vídeos y los problemas técnicos que se me estaban presentando.
Pero, podríamos preguntar, ¿es que nos caben tan pocas cosas en la cabeza? El sistema de memoria humana es un tanto complejo, por simplificar y ponerlo fácil, y simplificando muchísimo, tenemos un sistema de Memoria a Largo Plazo, que podríamos comparar con el disco duro de un ordenador, un disco duro de una capacidad enorme en el ser humano. Y tenemos un sistema de Memoria a Corto Plazo, algo así como la Memoria RAM, que mantiene las cosas en memoria, mientras las procesamos o no, durante unos segundos y que tiene una capacidad de alrededor de cuatro elementos… sí, sólo cuatro elementos. Ya sé que siempre se dice que es de 7±2 elementos (es decir, de 5 a 9 elementos), pero eso es verdad para algunos jóvenes universitarios en la Facultad… una vez superada una edad, quedémonos con unos cuatro elementos… Además, una cosa es mantener en memoria 5-9 números (como se hace en las pruebas de Memoria a Corto Plazo), que son los que mantenemos muy bien en memoria, repitiendo, cuando nos dan un número de teléfono, tenemos que llegar hasta un móvil o un fijo, y no tenemos dónde anotar (un teléfono tiene nueve dígitos en España). Pero, cuando tenemos que procesar la información (por ejemplo, decirlos al revés, o salteados), nuestra capacidad será alrededor de cuatro elementos (cuando hay que procesar la información ya hablamos de Memoria de Trabajo, pero vamos a dejarlo, porque esto ya se está poniendo difícil de verdad).
Una prueba cotidiana, lejos de los laboratorios de memoria, que nos demuestra que, jóvenes o viejos, tenemos una capacidad de memoria a corto plazo o de trabajo de unos cuatro elementos. Estás en una ciudad nueva y preguntas por una dirección, resulta que estás un poco lejos, y la persona amablemente te informa: “Coja la primera calle a la derecha, luego la tercera a la izquierda, llega hasta el final de esa calle y te encontrarás una rotonda. En la rotonda gira a la derecha, y coges la segunda calle. Ya en esa calle…” Seguro que responderemos, “¡Ey”! Para, para, no puedo retener tanto…” Lo normal es que a la tercera indicación ya estemos saturados de información y no podamos procesar más.
¿Cuántas cosas teníamos en la cabeza mientras hacíamos el equipaje o editábamos los vídeos? Seguramente más de cuatro. Ya no cabía ni una raspa de pescado en nuestra memoria a corto plazo. ¿Cómo evitar este problema? De la manera más simple, igual que para retener el número de teléfono… repetirnos mentalmente (o en voz alta), lo que vamos a hacer hasta que lleguemos al sitio y lo hagamos… Es lo que yo he hecho cuando me di cuenta de que no había puesto sal en la comida, he cogido mi mente, que me había dejado en el ordenador, me la he metido entre las orejas, y la he dejado conmigo cocinando. He cocinado con cuerpo, cerebro y mente. La sal estaba en su punto y no se me ha quemado nada… la comida estaba deliciosa, y yo estaba menos estresada. Como dice un viejo aforismo zen: “Cuando camino, camino. Cuando cocino, cocino. Cuando leo, leo. Cuando barro, barro.”
Para los que quieran saber más: Los siete pecados de la Memoria. Daniel Schacter, y en inglés (tengo unos cuantos seguidores que me leen desde USA, UK e Irlanda): The Seven Sins of Memory. Daniel Schacter. y The Overflowing Brain. Torkel Klingberg.
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