Cuando era pequeña mi padre me enseñó a jugar con las olas salvajes de la Playa de Liencres del Cantábrico. Nos encantaba aquella playa, que entonces no recibía casi visitas, y en la que todavía no había surfistas cabalgando las olas. Aún no habían llegado a España. Recuerdo el miedo que me daba ver llegar la ola, la tendencia natural a “recibirla” de pie, de espaldas o, si era demasiado grande, a salir corriendo hacia la orilla. Mi padre me enseñó a permanecer calmada viendo venir la ola, me enseñó que si corría hacia la orilla, la ola sería más rápida que yo, me tiraría y me arrastraría por la arena de la playa, que dejaría de ser suave y blanda, para convertirse en papel de lija, (hecho que he comprobado por lo menos un par de veces en que la ola me pilló desprevenida). También me enseñó a no quedarme de pie ante el golpe de la ola, porque me tiraría y revolcaría, y tampoco a recibirla de espaldas, pues un mal golpe en la espalda podía suponer un accidente terrible. Recuerdo muy bien cuánto me costó superar mi miedo, que a veces era terror, al ver venir la ola, y esperar al momento justo para bucearla. Este verano jugué otra vez con las olas en las Landas, en el Atlántico francés. A veces vi venir alguna, que con una altura de unos dos metros hacía que una parte de mí pensara “Dios mío, no es posible estar bien, ni siquiera debajo de ella”, pero entonces me sumergía, buceando y comprobaba, otra vez, que por fuerte que fuera el romper de la ola, debajo todo estaba tranquilo y calmado. 
     Ante las dificultades, ante los problemas, cuando la adversidad golpea, las emociones se levantan con fuerza, haciéndonos sentir un dolor emocional que se hará físico: la ansiedad dejará nuestro estómago cerrado y nos hará sentir nauseas, la tristeza nos producirá dolor en el corazón, dolor real, físico, no poético o figurado; la rabia nos hará apretar la mandíbula hasta producirnos neuralgias. La tendencia natural al ver venir esa “ola emocional”, es salir corriendo hacia la “orilla” pero, lógicamente, la ola nos alcanzará, nos tirará, nos revolcará, mientras nosotros buscamos el aire de la superficie con desesperación. Es difícil, a veces muy difícil, saber esperar la “ola emocional”, y en lugar de salir corriendo, o de paralizarnos, bucear dentro de ella, acoger la emoción, recibirla, abrazarla, y encontrar ese lugar de nuestra mente, debajo del rompiente de las olas, donde hay calma y serenidad. 
     Cuánto más estrés tenemos, cuántos mayores son los problemas y creemos que no tenemos tiempo para hacer Mindfulness, es cuándo más falta nos hace, cuándo más nos va a ayudar. Pequeños “paréntesis Mindfulness” a lo largo del día en los que acojamos y abracemos las sensaciones de nuestro cuerpo y nuestra mente, pueden ser una ayuda fundamental. No sólo es importante al comienzo o final del día, ese espacio de tiempo de quince o veinte minutos que dedicamos a meditar, sino cuando estamos en mitad de la jornada de trabajo, cuando estamos en medio del oleaje, hacer un pequeño paréntesis de tres minutos para aprender a bucear la ola. ¿Puedes hacer un hueco de tres minutos una o dos veces al día para explorar tus sensaciones corporales y emociones, para bucear la ola? ¿Puedes en mitad del oleaje dejar de correr, ver la ola venir, observarla y esperar el momento ideal para zambullirte, acogiendo todas esas emociones y energía dentro de ti? Puedes hacerlo sin necesidad de oírme, pero si necesitas un poco de ayuda, esta pequeña grabación puede serte de ayuda. Cuando tengas un poco de práctica, podrás prescindir de ella y hacerlo por tu cuenta, sin grabaciones, sólo un minuto para recibir tus sensaciones y emociones será suficiente para darte cuenta de que puedes encontrar, otra vez, esa calma debajo del oleaje salvaje. (Si no lo has practicado aún, te será quizá de más ayuda la grabación Mindfulness en las Emociones, ver la entrada: http://linkcerebromente.blogspot.com.es/2012/04/mindfulness-en-las-emociones.html y en YouTube: http://www.youtube.com/watch?v=6hTEyWyFLEQ&feature=plcp).
 
     Lo que mi padre me enseñó con las olas del Cantábrico, tardé años en poderlo realizar con soltura y decisión. ¿Aprender a bucear las “olas emocionales”? Todavía estoy haciéndolo. Quizá algún día puede venir una ola lo suficientemente grande como para causarme un miedo intenso, puede que me olvide momentáneamente de “bucear” en ella, pero espero recordarlo cuando llegue el momento. Espero que la curiosidad, que siempre he tenido, pueda más que el miedo. 
    Mientras tanto, el océano en mi vida está calmado y tranquilo. No sé cuánto durará. Sé que volverán los días de lluvia y viento, quizá de tormentas. No importa. Voy a disfrutar de esta situación mientras la tenga. La brisa es suave y no hay olas con las que jugar. Disfrutaré de este momento de descanso. 
 

 

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