Vemos una persona meciéndose en una hamaca bajo la fresca sombra de los árboles.
Otra paseando en la playa con su perro.
Otra persona caminando en un sendero que serpentea suavemente entre las colinas de un verde valle.
Parecen la imagen de la calma y la felicidad.
Parece como si esos lugares debieran dar la calma y felicidad que todo ser humano desea.
Pero, ¿es así? Si pudiéramos entrar en sus mentes quizá escucharíamos cosas como estas:
“No debería estar aquí. Tengo que levantarme y ponerme a terminar el trabajo. Voy con atraso… Esto es una faena, nunca puedo disfrutar. Necesito descansar. Necesito que me dejen en paz…”
“¡Manda narices la fresca de mi cuñada! En cuanto tenga una ocasión le pienso decir que si ella le dice a su hijo lo que le ha dicho al mío. Esta me va a oír. Lo que más me cabrea es que soy lenta de reflejos, las respuestas se me ocurren siempre tarde. Ahora, en cuanto su hijo haga la más mínima, esta se va a enterar”
“Mañana es lunes y tengo que volver a la dura realidad. ¡Mierda de domingo! ¡Los domingos son horribles! Al día siguiente es lunes y ya se fastidia todo. Se hace larguísimo. La semana es muy dura. Vaya amargura”.
Y junto con esas frases se proyectan películas en la mente, que mezclan escenas del pasado y escenas de un futuro imaginario. Películas que producen emociones y nos hacen sentir mal. Películas que son ficticias, que no son reales, pero que generan una enorme cantidad de emociones consumiendo nuestra energía. No son ficticias porque no están ocurriendo ahora. Son sobre un pasado que ya no existe, o sobre un futuro, que tampoco existe.
Entonces, ¿qué es lo real? ¿qué es lo único real en ese momento?:
El balanceo de la hamaca. El cielo azul y claro recortado entre las hojas de los árboles. La brisa fresca. El canto de los pájaros.
La arena de la playa. El rumor de las olas. El espacio infinito del cielo que se funde con el espacio inmenso del océano. El olor del yodo marino.
La brisa en los árboles. La respiración al caminar. Los pájaros que cantan. La sensación física de los pies y las piernas al caminar. El silencio y la presencia poderosa del bosque, las montañas y los valles.
Si centramos nuestra mente en el Ahora, la Vida, el Mundo es siempre mucho más amable, mucho más generoso, de lo que nuestra mente interpreta.
Pero, ¿es así? Si pudiéramos entrar en sus mentes quizá escucharíamos cosas como estas:
“No debería estar aquí. Tengo que levantarme y ponerme a terminar el trabajo. Voy con atraso… Esto es una faena, nunca puedo disfrutar. Necesito descansar. Necesito que me dejen en paz…”
“¡Manda narices la fresca de mi cuñada! En cuanto tenga una ocasión le pienso decir que si ella le dice a su hijo lo que le ha dicho al mío. Esta me va a oír. Lo que más me cabrea es que soy lenta de reflejos, las respuestas se me ocurren siempre tarde. Ahora, en cuanto su hijo haga la más mínima, esta se va a enterar”
“Mañana es lunes y tengo que volver a la dura realidad. ¡Mierda de domingo! ¡Los domingos son horribles! Al día siguiente es lunes y ya se fastidia todo. Se hace larguísimo. La semana es muy dura. Vaya amargura”.
Y junto con esas frases se proyectan películas en la mente, que mezclan escenas del pasado y escenas de un futuro imaginario. Películas que producen emociones y nos hacen sentir mal. Películas que son ficticias, que no son reales, pero que generan una enorme cantidad de emociones consumiendo nuestra energía. No son ficticias porque no están ocurriendo ahora. Son sobre un pasado que ya no existe, o sobre un futuro, que tampoco existe.
Entonces, ¿qué es lo real? ¿qué es lo único real en ese momento?:
El balanceo de la hamaca. El cielo azul y claro recortado entre las hojas de los árboles. La brisa fresca. El canto de los pájaros.
La arena de la playa. El rumor de las olas. El espacio infinito del cielo que se funde con el espacio inmenso del océano. El olor del yodo marino.
La brisa en los árboles. La respiración al caminar. Los pájaros que cantan. La sensación física de los pies y las piernas al caminar. El silencio y la presencia poderosa del bosque, las montañas y los valles.
Si centramos nuestra mente en el Ahora, la Vida, el Mundo es siempre mucho más amable, mucho más generoso, de lo que nuestra mente interpreta.
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