Imagen realizada con «Paper» por Yolanda Calvo. |
La Empatía es un concepto que está de moda. Y con esto quiero decir que es el concepto, y no la práctica, el que está de moda. La empatía no se enseña, no se promueve, no se sabe cómo hacer ni se fomenta en las escuelas ni en las familias. Más bien al contrario, como veremos enseguida.
¿Qué es la empatía? La podemos describir como la capacidad de ver el mundo desde la perspectiva de otra persona, cuando intentamos pensar con su lógica y razonamientos e intentamos sentir las emociones de otra persona. Es exactamente “ponerse en el lugar de otro”, como dicen los ingleses “ponerse en sus zapatos”. Tiene elementos comunes con la compasión, pero la compasión mueve a ayudar o a aliviar el sufrimiento de la otra persona, y la empatía hace referencia más a la perspectiva mental que permite la comprensión del mundo mental y emocional de la otra persona.
A nivel neurológico la Empatía es una cualidad compleja que necesita de la actividad de diversas zonas del cerebro. Depende del llamado Sistema de Neuronas Espejo. Estas neuronas se activan cuando vemos a alguien hacer algo a propósito, y nos preparan para imitar lo que otras personas están haciendo intencionalmente. Cuando un niño, por ejemplo, aprende a montar en bici, se fija en cómo su padre o profesor lo hace, le mira y le imita. Sus neuronas espejo se están activando para copiar esa acción. Se ha encontrado que estas neuronas también nos permiten sentir dentro de nosotros el estado interno de otra persona. Vemos su expresión emocional, captamos sus signos no verbales, y esto activa regiones profundas y emocionales de nuestro cerebro. Estos cambios subcorticales ascienden a las zonas más superiores de nuestro cerebro, (a través de la ínsula hasta alcanzar la corteza prefrontal medial), lo que nos permite tener conciencia de cómo está nuestro cuerpo, de cómo nos sentimos al ver a la otra persona. Así, si veo a alguien llorar ante la pérdida de un ser querido, sentiré un peso y dolor en mi pecho, quizá también lágrimas en mis ojos. Lo siguiente que hace el cerebro es atribuir ese sentimiento corporal y emocional a lo que está sintiendo la otra persona, identifico que este dolor en el pecho y estas lágrimas que asoman no son por un dolor mío, sino por el dolor que veo en la otra persona. ¿Sentimos con la misma intensidad que la persona que ha perdido a su ser querido, que se ha separado, o que ha suspendido una oposición? Obviamente no, pero durante esos momentos en que estamos juntos, la persona que sufre ese dolor puede sentirse “sentida” dentro de la persona que la acompaña, y eso le hace sentirse no tan sola.
Sin embargo, muy a menudo, para no sentir este dolor ajeno, nos cerramos. Y, muy a menudo, no podemos sentir empatía por las situaciones emocionales de los demás, porque tampoco la sentimos por las nuestras propias, no siendo conscientes de qué emociones o estados emocionales tenemos, salvo que sean demasiado intensos.
Para poder sentir empatía tenemos que poder tener conexión con nuestro cuerpo. Siento que estoy apretando mi mandíbula y entonces me doy cuenta de que siento rabia al ver la injusticia que has sufrido; siento ese dolor en mi pecho y cómo las lágrimas vienen a mis ojos, y me doy cuenta de que siento tristeza por la pérdida que has sufrido; siento que mi cara está relajada y sonríe, y me doy cuenta de que me alegro con tu triunfo… Pero, si no tengo conexión con mi propio cuerpo, ¿Cómo voy a saber cómo te sientes tú, si ni siquiera sé cómo me siento yo? (Para practicar más esta conexión con tu propio cuerpo y con tus emociones, practicar los ejercicios de Mindfulness de las entradas Conciencia en el Cuerpo y Mindfulness en las Emociones).
Es más, a menudo la Empatía es algo que es eliminado, a propósito, en la educación. Cada persona, desde nuestra infancia, tenemos capacidades, talentos o inteligencias más desarrollados que otros, para unos será el deporte, para otros bailar, otros tendrán capacidad para las matemáticas, o los juegos de palabras, o dibujar, otros tienen buena memoria. Igualmente, hay niños que, naturalmente, tienen más empatía que otros. Cuando un niño o niña tiene mucha empatía es frecuente oír a sus padres decir, “Me preocupa este niño, es demasiado sensible, va a sufrir mucho”. Y cuando el niño muestra compasión o empatía por otro le pueden corregir diciendo: “No hagas tuyo el problema del otro, cada palo que aguante su vela, tú preocúpate de lo tuyo”. Así, por medio de la educación vamos ‘empañando’ las neuronas espejo de aquel niño que las tenía bien desarrolladas. No nos quejemos, después, de que vivimos en un mundo cruel, que cada uno va a lo suyo, o que los políticos sólo se preocupan de sí mismos, porque ESO ES lo que estamos transmitiendo en las casas y en los colegios. ¿Y si hiciéramos al revés? ¿Y si enseñáramos a tener empatía? ¿No conseguiríamos un mundo más justo, más sereno, más integrado? Seguramente sí. Es algo que ya se está practicando en varios modelos escolares en varios países, (ya lo contaré otro día), y con mucho éxito.
Pero ¿Cómo se hace eso de tener empatía? Porque muchas veces pensamos que hemos sido empáticos cuando hemos hecho todo lo contrario. Pensamos que dar una solución, que explicar, que buscar la lógica, es ayudar a la otra persona, es ser empáticos, pero no es así. Pongamos ejemplos.
María está aprendiendo a conducir y está embarazada. Ha empezado con las clases prácticas y está nerviosa porque quiere hacerlo bien y aprender rápido porque no tiene demasiado dinero y la presión económica le hace estar más tensa en las clases. Esta tensión le hace, a veces, cometer errores. El profesor, que sabe conducir, pero no enseñar, la grita en una clase. Ella llega a casa llorando, se ha sentido como una niña pequeña a la que han regañado y está enfadada y furiosa, pero no ha tenido valor ni calma para defenderse. Al llegar a casa le cuenta a su marido qué le ha ocurrido. El marido quiere tranquilizarla y le dice: “Tú lo que tienes que hacer es pasar de él, ponte un impermeable y que te resbale”. Ella irritada le responde: “¡Pues dime cómo se hace eso! Ya me gustaría a mí que me resbalara, pero no me resbala”.
Julia ha enviudado hace poco. Es joven, su marido murió repentinamente en un accidente. Al comienzo todo el mundo la ha ayudado y apoyado, pero su marido murió hace ya cinco meses. Aunque no quiere cansar a los demás, de vez en cuando aún muestra su tristeza, su soledad y su dolor, lo sigue echando muchísimo en falta. Cuando muestra alguna de estas emociones sus amigas le dicen: “Tú lo que tienes que hacer es normalizar tu vida, tienes que sonreír, salir, divertirte, distraerte”. Julia las mira sin contestar. Se siente mucho peor al oír esas palabras. Siente que no la comprenden. Se siente SOLA, muy sola dentro de su dolor. Cuando sus amigas la vuelven a llamar para quedar con ella declina la invitación y se queda en casa.
Juan es un joven adolescente que está en Bachillerato. Es un chico serio y responsable que se toma sus estudios muy en serio. Quiere estudiar Medicina y sabe que tiene que sacar muy buenas notas si quiere entrar en la Facultad. Su autoexigencia a veces le juega una mala pasada, se siente inseguro, y no consigue tan buenos resultados como podría. Un día llega de un examen en el que se ha puesto muy nervioso y se le ha quedado la mente en blanco. Se ha bloqueado, con pánico, y no ha dado pie con bola. Cuando se lo cuenta a sus padres le dicen: “Tú tienes que relajarte, no te pongas tan nervioso, no es para tanto, es un parcial, relájate”. Juan se irrita y grita, “Hago todo lo que puedo y nunca estáis satisfechos, nunca soy bastante bueno, nunca estáis contentos conmigo”, y se sube a su cuarto. Los padres se quedan perplejos en el salón. ¿Qué le han dicho para que se sienta rechazado?
¿Suenan familiares estas situaciones? Seguramente sí. Seguramente TODOS hemos sufrido alguna vez las consecuencias de una empatía tan racional y tan poco ‘empática’. Cuando nos sentimos mal, tan mal que la tristeza, la rabia, el miedo, o cualquier otra emoción, nos invade y nos bloquea, ya no somos capaces de tomar decisiones racionales. A veces la emoción, o conjunto de emociones, es tan grande, que incluso perdemos la capacidad de identificarlas. Que otro nos diga lo que tenemos que hacer no nos sirve de nada por dos motivos: uno, que en realidad ya sabemos lo que tenemos que hacer y, segundo, que no sabemos cómo hacerlo.
Curiosamente, lo que sirve es que la otra persona empatice, de verdad, con nuestra emoción, la sienta dentro de sí, y la nombre. En el caso de María, cuando comenta medio llorando a su marido que el profesor la ha gritado, el marido podría haber respondido, “Eso da mucha rabia, pero mucha, mucha rabia. ¡Jopé!, te tienes que sentir fatal”. En el caso de Julia cuando expresa su soledad y cuánto echa de menos a su marido, su amiga podría haber respondido: “Es que es muy duro, Julia. ¿Cómo vas a reponerte en dos meses? Estás muy triste, es verdad, pero es que es muy triste, da tanta rabia y pena lo que ha pasado, le tienes que echar tanto de menos”. En el caso de Juan sus padres podrían haber contestado: “Madre mía, te has quedado bloqueado del miedo. Eres tan responsable que te da tanto, tanto miedo no sacar suficiente nota. ¡Con todo lo que te esfuerzas! Lo tienes que estar pasando muy mal.”
Si recordáis la entrada Mindfulness en las Emociones, ahí explicaba que dar el nombre a la emoción la calma y la tranquiliza, al conectar Hemisferio Izquierdo y Derecho. Si al empatizar, otra persona lo hace por nosotros y le da el nombre a la emoción, eso nos ayuda. Durante unos instantes la emoción fue tan fuerte, que perdimos la conexión con nuestro Hemisferio Izquierdo y no la pudimos nombrar. Cuando la otra persona siente nuestro dolor, pero lo puede identificar, lo puede nombrar, porque ella no está desbordada, eso nos ayuda. Poneros en el lugar de María, de Julia, o de Juan. ¿Qué respuesta preferirías escuchar, la primera o la segunda? ¿Cuál creeis que os hubiera calmado más? ¿Con cuál te hubieras sentido comprendido, sentido por la otra persona?
Una vez recuperada la conexión con nuestro Hemisferio Izquierdo podremos hablar de soluciones o estrategias. Antes, no servirán de nada. Para tener empatía no le digas a alguien que se está ahogando en las aguas de sus emociones: “Respira, mueve los brazos y las piernas de forma coordinada, coge el aire por la boca y échalo por la nariz, mueve los brazos así… estírate…”. El que se ahoga no puede hacer nada de eso. Ni siquiera nos puede escuchar. Sólo le podremos ayudar si nos metemos en ese agua de emociones, si dejamos que nos empape, le damos nuestra mano y le ayudamos a salir. Sólo sintiendo al otro dentro de nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestra mente podremos ayudarle. No tengas miedo de hacerlo. El mundo será un poco mejor cada día al hacerlo.
Vídeo original: http://www.youtube.com/watch?v=pAQMNRQqh0Y
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