Inspira música, canciones, poemas, retratos… Estar enamorado parece elevarnos a la cima de las emociones y sensaciones vitales. El que no está enamorado, quiere estarlo. La persona que está enamorada, no quiere dejar de estarlo. El que lleva años en una relación, añora la pasión y arrobamiento de la primera etapa de enamoramiento: Sentir el temblor en las manos y en el cuerpo cuando te acercas, quizá por primera vez, a la persona deseada. Sentir que todo el mundo desaparece y se concentra en ese beso. Sentir que los límites de tu identidad desaparecen y se funden con las de la otra persona…
Pero, ¿es eso el amor? ¿o el comienzo del amor?
No necesariamente. El hecho de que la emoción sea intensa, tremendamente intensa, no significa que esté provocada por algo cierto o bueno. Piensa en la intensidad del odio que mata y asesina, ¿justifica esa intensidad emocional las acciones que se deriven de ella? Piensa también en la intensidad del deseo de un drogadicto, y en la intensidad de su placer (al menos, las primeras veces), ¿convierten la intensidad del deseo y el placer derivado de la satisfacción de su deseo en algo bueno para la persona, para su cuerpo, para su mente, para su entorno? Piensa en la intensidad de la emoción de los niños la víspera de Reyes. ¿Esa emoción es producida por algo real?
Así que, no, no es la intensidad de una emoción la que nos dice si lo que la genera es bueno o si va a derivar en algo bueno, o si es verdad. Por muy intensas que sean las emociones en la primera fase de “enamoramiento” no significa que la relación vaya a ir bien, no significa que sea “la” persona, y no significa que sea amor.
Si observamos las poesías y canciones de amor, sin dejarnos llevar por el condicionamiento cultural sobre el romanticismo que todos hemos sufrido, veremos que la inmensa mayoría tienen un rasgo común: insisten que nuestra felicidad vendrá gracias a la cercanía de la otra persona, y que la vida no tendrá sentido sin ella. “Eres todo lo que espero, eres todo lo que necesito” canta Joe Cocker en You Are So Beautiful. “No puedo vivir si la vida es sin ti, no puedo vivir, no puedo dar más” canta Harry Nilsson en Without You, o “la quiero a morir” repite Francis Cabrel en su canción con ese mismo título Je l’aime à mourir.
Y en todas esas afirmaciones tan ‘románticas’ hay, de base, una creencia falsa que es la raíz del sufrimiento posterior: creer que es otra persona la que nos dará la felicidad —el famoso mito de la “media-naranja”, de las “almas gemelas”—. Lo cierto es que nada ni nadie, puede, desde fuera, darnos la felicidad. La Felicidad sólo está dentro de nosotros mismos. Es un tesoro que sólo descubriremos viajando hacia nuestro interior y desarrollando la capacidad de ser felices, como una herramienta, como otra capacidad más. Matthieu Ricard en su libro “En Defensa de la Felicidad” define la misma como “un estado adquirido de plenitud subyacente en cada instante de la existencia y que perdura a lo largo de las inevitables vicisitudes que la jalonan”. Esta felicidad genera un resplandor “que ilumina de dicha el instante presente y se perpetúa en el instante siguiente hasta formar un continuo que podríamos llamar ‘alegría de vivir’”.
Es decir, que la felicidad depende de nosotros mismos, de que hayamos aprendido a desarrollar esa plenitud. Como expliqué en la entrada anterior, La Mente Silenciosa (http://linkcerebromente.blogspot.com.es/2015/01/la-mente-silenciosa.html), cuando nuestra mente está en silencio, nos permite ver que esa Felicidad está, efectivamente, en nuestro interior.
La responsabilidad de regular nuestra mente, de aprender a utilizarla bien, para que podamos tener un acceso más continuo a nuestro Ser sólo depende de nosotros. Es un trabajo personal y único. Es cierto, que la compañía de otras personas que estén haciendo el mismo trabajo es una gran ayuda. Más aún si es tu pareja. Pero al final, el trabajo es de cada uno. Nadie lo puede hacer por nosotros.
Para la mayoría de la gente, sin embargo, partimos de la creencia falsa: “esta persona me dará la felicidad” y al comienzo, desde luego, parece hacerlo, pero cuando la relación lleva un tiempo la mente, el ego, vuelve a sentir, otra vez, ese vacío, esa insatisfacción, esa ansiedad, ese miedo, esa tristeza, esa incomodidad general con la vida, esa profunda insatisfacción que proviene de la desconexión con uno mismo pero que, no sabiéndolo, le echamos la culpa a la otra persona que, debería habernos hecho felices. Como le dijo un hombre a su mujer durante el desayuno: “¿Sabes qué? Se supone que deberías hacerme feliz todos los días y no estás cumpliendo con tu trabajo. ¡Quiero el divorcio!”. Es un caso extremo, desde luego, pero de forma inconsciente, para muchas personas, es así. Su pareja debe darles la felicidad. Proyectan en su pareja la misma actitud que con otras cosas en las que también buscan erróneamente la felicidad: el dinero, el trabajo, una carrera, una posición social, un coche… Eso no significa que tener estas cosas no te den satisfacción y no las puedas disfrutar. Cuando la vida te las regala, disfrútalas, hónralas, respétalas, cuídalas… siente agradecimiento por poder tenerlo o disfrutarlo. Pero ten claro que tu felicidad no depende de ellas.
Y de la desilusión al ver que esa persona no te hace feliz se puede pasar a la rabia, la irritación, e incluso el odio. ¿Cuántas personas empiezan a vivir juntos o se casan perdidamente enamorados para separarse llenos de odio, rabia y resentimiento? ¿Puede el amor convertirse en odio? Obviamente no. El amor no puede convertirse en odio. Pero el apego adictivo por una persona sí. Porque no nos habíamos en-amorado, nos habíamos en-necesitado. Y el haber cargado la responsabilidad de nuestra felicidad a nuestra pareja puede hacer que el aprecio y apego que le teníamos, y que confundíamos con amor, se convierta en odio. En un odio intenso.
Estoy viendo las caras de más de uno y de más de una diciendo, “¡pero no! ¡yo lo que sentía durante todos estos años es amor, eso seguro!” Piénsalo un poco. ¿Tienes hijos? ¿Los amas? ¿Los puedes llegar a odiar? No. Incluso aunque hagan algo malo, aunque estés muy enfadado o enfadada con ellos, no los odias. ¡No puedes! Esa es la diferencia. ¿Puedes amar a una pareja, a otra persona que no sea tus hijos de la misma forma incondicional? Sí, se puede, y ese es el objetivo de la evolución de nuestra conciencia humana. De hecho muchas prácticas de meditación, como las de Amor-Amabilidad, tienen como objetivo desarrollar esa capacidad en la persona que las practica.
Entonces, si el objetivo de las relaciones no es hacernos feliz, ¿cuál es? Despertar, hacernos conscientes. Darnos cuenta que no está fuera, sino dentro de nosotros el tesoro que buscamos. Puedes meditar durante años en un monasterio y en condiciones ideales y, desde luego, eso supondrá un gran avance para tu conciencia. Pero donde realmente estará tu prueba de fuego será en las relaciones con los demás. Encuentra la paz y la felicidad, dentro de ti, en el mundo, con todo lo que la vida y el mundo te dé. Ese es el verdadero trabajo. Esa es la verdadera conquista.
Vive con Plena Conciencia. Aprecia el regalo de cada momento y cada cosa. Cuídalos. Hónralos. No están aquí para satisfacer tus deseos. No están aquí para hacerte feliz: ni tu trabajo, ni tu pareja, ni tus hijos, ni tus amigos, ni tus padres, ni la naturaleza, ni el planeta… pero serás plenamente feliz si disfrutas y honras su presencia en tu vida con todo tu corazón.
En un futuro: ¿Por qué hay personas que se enamoran siempre de la persona menos adecuada? ¿Puede una relación que empieza como apego, como necesidad, transformarse en amor? ¿Cómo?
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