Entre la maleza de las ruinas del viejo cortijo abandonado, entre los escombros, los ladrillos, las pintadas, los restos de latas y de enseres, ignorado por la gente que va de un lado a otro, que compra, que corre, que hace deporte, que habla, que camina, por detrás del ruido incesante que producen nuestras máquinas y nuestras mentes, en la noche que comienza, entre las ramas del espeso álamo y de la florida y abandonada glicinia, canta su melodiosa y perfecta canción el ruiseñor. 
El ruiseñor canta una estrofa y se calla. Deja espacios entre sus notas permitiendo escuchar el Silencio.
Pasamos a su lado y lo ignoramos. Nos preocupamos por nuestros problemas y no lo escuchamos. Nos quejamos de lo dura que es la vida, quizá de lo feas que son esas ruinas, de que el ayuntamiento debería hacer algo… y mientras la Vida ha establecido su orden maravilloso y perfecto: la glicina florece en la vieja pérgola, igual que en sus días de gloria, y el ruiseñor, aprovechando la acequia que aún lleva agua, sigue anidando en las ramas del álamo. 
¡Cuántas veces nos quejamos de lo dura que es la vida y no vemos, no apreciamos, lo que en ese momento la vida sí nos está dando!
Ojalá, tú, que lees esto, ojalá, tú, que no lo lees, podáis, igual que yo, cuando vivimos esos momentos en los que parece que es de noche, que todo es oscuro, y que nunca va a salir la luz, ojalá podamos escuchar el Silencio y escuchar el canto del ruiseñor que la vida nos ofrece, y que canta sin cesar, durante toda la oscura noche, recordándonos la fuerza de la Vida, de la Belleza y del Amor. 
 
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