He dormido a la orilla del mar, a la orilla de ríos, fuentes y arroyos, y también en la cercanía de ruidosas cascadas. Me levanto por la noche y, sea cuál sea la hora, aunque parezca una tontería, me asombra que el ciclo de la Naturaleza, de la Vida, continúe sin descanso. Me maravilla que el mar no se detenga, que el sonido de las olas y el ciclo de las mareas, continúe en marcha todo el tiempo, unos días con olas más grandes, otros días tan suaves que el mar parece casi un lago inmenso, pero no se detiene jamás; te despiertes a la hora que te despiertes, de noche o de día, el rumor de las olas está siempre ahí. Me maravilla que los ríos no dejen de fluir, ni de día ni de noche, ni en verano ni en invierno, con más o menos agua, eso sí, pero no se detienen. Te despiertes a la hora que te despiertes, el rumor del río también sigue estando ahí. 
     Me maravilla que mi corazón siga latiendo, que el ciclo de mi respiración se repita ininterrumpidamente, que mi sangre no deje de fluir, aunque yo no sea consciente de nada de eso, aunque esté durmiendo. Mi respiración, mi corazón, continúan, constantemente, sin pausa, hasta el día de la muerte de este cuerpo. 
     Ser consciente de ese ciclo permanente es algo que me impone y me asombra. 
 
     Una pregunta frecuente es si es posible detener la mente. Y siendo la mente algo que pertenece a la Naturaleza, la respuesta es que no, que no puede detenerse. Igual que el río siempre lleva agua, igual que las olas del mar no se detienen, de igual forma, la mente siempre está activa. Eso sí, unos días más activa, otros menos. Unos días trayendo material positivo —agua limpia y transparente— otros días trayendo pensamientos y emociones negativas y atormentadores —cuando parece que por la cascada desciende, en plena crecida, barro, troncos, muebles viejos y todo tipo de porquería—. 
     En Oriente utilizaban la metáfora del torrente mental. Explicaban que en el trabajo de calmar la mente, al comienzo su actividad es como una cascada, poco a poco el torrente mental se calma un poco y entonces es como un río que corre a toda velocidad en una garganta en la montaña… luego se va calmando aún más y la actividad mental es como un río que serpentea suavemente en el valle…, pero sigue fluyendo hasta que, finalmente, la actividad mental está quieta como el Monte Meru (monte mítico y simbólico de la India)… aunque por supuesto, ya sabemos que no hay nada que esté absolutamente quieto, las montañas también crecen y se mueven, aunque muy lentamente. 
     Entonces, si no es posible detener la mente ¿Qué es lo que podemos hacer? Tener una firme decisión de no albergar pensamientos. Los pensamientos van a venir, pero no les vamos a abrir la puerta, no les vamos a alimentar, no les vamos a dar energía, ‘pensándolos’, dejándonos llevar. Siguiendo con la imagen de la cascada y el torrente, vamos a salir a la orilla y observar la cascada. Por supuesto, la cascada es tan fuerte, produce una corriente tan grande, incluso una corriente de viento, que tira de nosotros, nos arrastra a su interior. Y ahí estamos, en mitad del torrente, de la cascada violenta, dejándonos llevar, inconscientes como un tronco, dándonos golpes contra las rocas, golpes a los que llamamos emociones y sufrimiento. ¿Qué tenemos que hacer otra vez? Volver a salir a la orilla, agarrarnos con firmeza a la roca. ¿Y cuál es la roca a la que podemos aferrarnos?: Nuestra respiración, las sensaciones en nuestro cuerpo. 
     Poner nuestra conciencia plena en la respiración y en nuestro cuerpo, en cualquier de los sentidos, lo que vemos, lo que oímos, lo que sentimos, sin juicios, sin críticas, sin etiquetas, observando, y siendo conscientes de que estamos observando, siendo conscientes de ese testigo interior que observa. Por supuesto que nos vamos a caer a la cascada otra vez, y otra, y otra… Pero nuestra tarea es volver a salir de la cascada, una y otra vez, y otra, y otra, y otra. 
 
     Eres la conciencia que observa y ante la que se despliegan las experiencias y sensaciones cambiantes de la vida, los pensamientos y emociones siempre cambiantes de la mente. Eres la conciencia que observa cómo tu cuerpo respira o cómo tus piernas caminan. Eres la conciencia que observa cómo tu mano alcanza con precisión el bolígrafo y cómo escribe sobre el papel con increíble agilidad. Eres la conciencia que observa el tacto del boli, la presión de los dedos, el sonido del boli y de la mano sobre el papel. Eres la conciencia que observa cómo viene un pensamiento, y no te aferras a él, y lo dejas marchar; o quizá sí te aferras, pero luego te das cuenta, y vuelves a las sensaciones, a la experiencia, al cuerpo. Eres la conciencia que utiliza la mente, el pensamiento, sólo cuando realmente hace falta, y la deja descansar después. Eres la conciencia que observa cómo también surgen las emociones, y tampoco te aferras a ellas, pero tampoco las bloqueas, observas cómo aparecen y cómo se van, como las olas del mar, que vienen sin cesar y se marchan, como la cascada, impresionante en su belleza, que fluye sin cesar. 
     Y cuando eres la conciencia que observa, hay silencio, hay paz, y entonces te das cuenta que la identificación con esos pensamientos y emociones ahora está vacía. Y es el Espacio, el Vacío, más maravilloso y pleno que habías experimentado nunca. El Vacío, el Espacio, preñado de Vida y de todas las posibilidades de lo que puede llegar a Ser. 
 
 
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