¿Has escuchado el sonido del lápiz o del bolígrafo al escribir sobre el papel? ¿El sonido de tu mano desplazándose sobre el folio al escribir?
     ¿Has escuchado el sonido de la toalla al secarte las manos? ¿O al secar tu cuerpo después de la ducha?
     ¿Has escuchado el sonido de la almohada cuando apoyas en ella la cabeza?
     ¿Has percibido el sonido de tu respiración, cuando ésta es serena, lenta y tranquila?
     ¿Has oído el sonido de tus pies descalzos caminando por la casa, o por la arena?
     ¿Has escuchado la brisa en las hojas de los árboles?
 
     Raramente prestamos demasiada atención a los pequeños sonidos que forman parte de la Vida, de la experiencia sensorial de la vida. Sin embargo esos pequeños sonidos están ahí. Si una película no incluyera esos sonidos cotidianos o, de repente, dejáramos de oírlos, sería muy extraño. No escuchar la puerta, o los tacones, o el teclado del ordenador al escribir. Hablar y oír, pero no escuchar esos pequeños sonidos. Eso llamaría nuestra atención, sería muy, muy extraño. Pero cuando están, no les prestamos ninguna atención. Y no lo hacemos porque estamos siempre en nuestras cabezas. Pensando cosas que son repetidas, cansinamente repetidas. Incluso aunque no sean pensamientos negativos y destructivos, cuanto menos es cansina, agotadora, tanta repetición innecesaria. 
     Un ejercicio que es tremendamente eficaz para bajar de la cabeza y centrarse en las sensaciones del cuerpo es centrarse en la ‘banda sonora de la vida’, prestando atención a los sonidos, especialmente a los más sutiles y delicados, a los más débiles. 
     Coge un tarro de lápices… sí, sí, ahora mismo. Por favor, te espero… 
     Saca un lápiz o un boli, muy despacio. Permanece en silencio. Si hay música o la tele puesta, quítala, si no, no podrás oírlo. Saca el boli o el lápiz muy despacio. Al salir de entre los otros lápices hará un sonido, muy, muy débil. ¿Puedes oírlo? Salvo que tengas algún problema de oído podrás percibirlo. Si no pudieras percibirlo, prueba a sacar el boli un poco más deprisa, de forma que puedas percibirlo. ¿Lo puedes notar ahora? ¡Bien! Y ahora, fíjate bien, ¿has podido pensar y escuchar el sonido a la vez? No. No has podido. Es completamente imposible. 
     No podemos prestar atención a la banda sonora de la vida y pensar a la vez. Así que este es un ejercicio tremendamente poderoso para que nuestra conciencia no se deje llevar por el violento torrente de pensamientos: haz tus tareas cotidianas, camina, conduce, cambia de marchas, pon el intermitente, respira, pela las zanahorias y las patatas, saca la basura, escribe… haz todo eso, con plena conciencia en tu cuerpo y en los sonidos que se producen continuamente, incluso los más leves. 
     No lo hagas una vez, ni dos, ni tres. Tampoco veinte. Hazlo doscientas veces, o dos mil, o veinte mil. Las que sean necesarias a lo largo de un día. Y al día siguiente… otra vez. 
     Porque descubrirás que prestarás atención a los sonidos, pero a los pocos segundos tu conciencia se habrá perdido, de nuevo, arrastrada por el torrente mental. Así que tu trabajo es volver a despertar y volver, otra vez, a prestar atención a esas sensaciones. 
     Notarás cómo se calma tu mente. Con una rapidez mucho mayor de lo que imaginabas. 
     Y una mente serena es una mente mucho más eficaz y mucho más feliz.
 
     Baja de la cabeza al cuerpo. Presta atención a las sensaciones del cuerpo. Escucha la banda sonora de la Vida. 
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