Apenas una débil luz empieza asomar en el horizonte, y el cielo, poco a poco, y partiendo desde el oriente, va tornando de negro a azul índigo. Ya no se ven las estrellas, pero la luna aún brilla acercándose a su ocaso. Mirlos, ruiseñores, jilgueros llenan el aire de sonidos, en un alegre guirigay que sustituye al pausado canto del cárabo y preludia al que llegará después, en las horas más cálidas, con las tórtolas y los inquietantes cucos. Hace frío. Aún no ha amanecido pero los primeros peregrinos empiezan ya su jornada, una hora después llenan el sendero. Cuando se cruzan entre ellos con acento más o menos dificultoso, por la falta de aire en el ascenso, o por la dificultad de hablar en un idioma que no es el propio, todos, invariablemente, se saludan “Buen Camino”. En el Camino de Santiago éste es el saludo. No se dice ni Buenos Días, ni Buenas Tardes. Siempre “Buen Camino”. Resulta a la vez extraño y apropiado.
¿Qué es lo que hace que toda esta gente, cada año más, se pongan a caminar ignorando las cojeras, las ampollas y los dolores de articulaciones, rodillas y cuádriceps, la lluvia o el calor, algunos caminando 775 km desde Saint Jean Pied de Port, (otros más, si comienzan en Alemania o Italia), todos avanzando en el mismo sentido, todos caminando hacia el Oeste, hacia donde se pone el sol?
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Los años con asterisco son Años Jacobeos. Observar el paulatino y progresivo aumento de la peregrinación. Datos de la Oficina de Peregrinaciones de Santiago de Compostela.
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Desde luego hay motivaciones muy variadas. Algunos viven una crisis personal, quizá más profunda que la que sacude ahora el viejo continente, otros se han visto animados por los amigos, otros buscan conocer gente, otros se proponen un reto deportivo, o personal, otros quieren hacer una búsqueda interior, espiritual, otros tienen motivos religiosos… Sean cuales sean las motivaciones, todos caminan en la misma dirección. Un Camino… tantos caminos. Como en la misma vida: una Vida… tantas vidas.
Aunque algunos peregrinos lo hacen sólo por motivaciones deportivas o de aventura, la mayoría de la gente lo hace por motivos espirituales, religiosos o de búsqueda. Y yo me sigo preguntando: ¿Por qué? Y esa pregunta me lleva a otras, ¿Por qué hay gente que cree en que “hay algo”, otros tienen una firme creencia en una religión concreta, y otros tienen una firme creencia en que no hay nada? ¿Creemos en aquello en lo que nos han educado? ¿Hay un Dios que ha creado nuestro Cerebro, o nuestro Cerebro ha creado a Dios?
Algunas preguntas, como la última, no tienen respuesta. No podemos saber —realmente saber y no solamente creer o confiar— si existe una figura divina, inteligencia superior, dios o como se le quiera llamar, o no. Pero sí podemos conocer algunos datos sobre cómo funciona la mente o cómo nuestra personalidad puede influir en nuestras creencias.
En realidad todo este lío de dudas comenzó cuando la “verticalidad” apareció en la historia de la humanidad. Cuando los primeros seres humanos se pusieron de pie y empezaron a caminar sobre dos piernas, y luego más tarde, cuando el Homo Sapiens verticalizó su frente (la frente cambió su forma huidiza, hacia atrás, que tienen los animales y que tenían los homínidos primitivos, a vertical), generando espacio en su cráneo para desarrollar zonas nuevas en su cerebro, lo que ahora llamamos la Corteza Prefrontal. Con el desarrollo extraordinario de esta área de integración del cerebro no sólo tuvimos una mayor capacidad de razonamiento sino que surgieron otras cosas. Apareció la conciencia de que teníamos conciencia, algo nuevo; es decir, otros animales superiores tienen conciencia, pero nosotros tenemos conciencia de tener conciencia. Apareció, también, la proyección en el tiempo; podemos planificar para el futuro, podemos proyectarnos y cambiar nuestra conducta en el presente con esa imagen que generamos de nosotros en el futuro (por ejemplo, la persona que construye una imagen de sí en el futuro, más atlética y fuerte y decide ir al gimnasio en el presente para hacer realidad esa imagen, todavía inexistente). Al proyectar en el futuro, también proyectamos la conciencia de que algún día moriremos y que también lo harán los seres que tenemos cerca y queremos. Apareció también la empatía que nos permite ponernos en el lugar de otra persona, y trabajar no sólo por el propio beneficio sino para ayudar y colaborar. También surgió el arte, la pintura, la música, la danza… las ciudades, las culturas, las civilizaciones… y también la religión, las creencias en una trascendencia más allá de la muerte, como atestiguan los primeros enterramientos, los primeros ritos y las primeras culturas de las que tenemos evidencia.
¿Es entonces la creencia en la inmortalidad un efecto secundario, un ruido indeseado, producido por el desarrollo de la Corteza Prefrontal? ¿O es el desarrollo de esa parte de nuestro cerebro la que nos permite tener conciencia de esa inmortalidad? ¿O es la que nos permite verla y dudar? Son preguntas sin respuesta. No creo que nunca la tengan. Son preguntas que se responden desde el ámbito de las creencias, y quizá es mejor que así sea. O por lo menos así es ahora mismo.
El profesor belga Vassilis Saroglou propone que la religiosidad, espiritualidad, fundamentalismo o ateísmo que una persona muestra depende, en buena medida, de factores relacionados con su personalidad. Saroglou ha utilizado el Modelo de Personalidad de los Cinco Grandes, llamado así porque utiliza cinco factores o dimensiones de la personalidad. Estos cinco factores o dimensiones serían: 1) la Extroversión: las personas extrovertidas son dinámicas, sociales, cálidas, mientras que los introvertidos son reservados y más solitarios. 2) El Neuroticismo o Inestabilidad Emocional hace referencia a la tendencia de una persona a tener ansiedad, depresión, a ser emocionalmente vulnerable, mientras que una puntuación baja en este factor indicaría una persona estable y positiva. 3) Amabilidad-Altruísmo hace referencia a la empatía y altruísmo, como oposición al egoísmo, individualismo y arrogancia. 4) La Responsabilidad haría referencia a personas metódicas, con capacidad de autocontrol, que establecen metas y trabajan por ellas, mientras que los que puntúan bajo en este factor serían impulsivos y desorganizados. Y, finalmente 5), Apertura: apertura a elementos nuevos, desafiantes, a ideas, experiencias o emociones complejas; mientras que las personas que puntúan bajo en Apertura son personas que prefieren mantenerse en su zona mental conocida, y se muestran cerrados a nuevas ideas o posibilidades.
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(Vassilis Saroglou (2012). Are We Born to be Religious? Scientific American Mind, vol.23, nº2).
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La gente religiosa se diferencia de los poco religiosos o no religiosos en las dimensiones de Amabilidad-Altruísmo y Responsabilidad. El efecto es más bien modesto, un 60 % de las personas religiosas y un 40 % de las no religiosas son Amables-Altruístas y Responsables, pero esta correlación, aunque sea pequeña, aparece estudio tras estudio. En general, las personas religiosas o con espiritualidad tienden a ofrecerse voluntarios más a menudo. En general, también suelen tener estilos de vida más sanos. ¿Y las personas que son espirituales pero no religiosas? Estas personas suelen tener una puntuación igualmente alta en Amabilidad-Altruísmo y en Responsabilidad, pero también en Apertura a Experiencias. Si, por el contrario, la puntuación en Apertura a Experiencias es baja, la tendencia hacia el fundamentalismo religioso es mayor.
Otros estudios han investigado el tipo de creencias mantenidas y la empatía y altruísmo mostrado. Las personas religiosas tienden más a ayudar a las personas conocidas, familiares o de su círculo, pero no tanto a los extraños y ajenos a su círculo. Las personas espirituales no distinguen entre conocidos y no conocidos y ayudan por igual a ambos. Los fundamentalistas tienden a ayudar menos a aquellas personas que les son muy diferenes o ajenas a su grupo.
Lo que los estudios demuestran es que la educación religiosa o no religiosa recibida tiene una gran influencia durante la infancia y la adolescencia. Pero después de esto, entre los 18 y los 25 años, se va definiendo el perfil genético y de la propia personalidad, no el aprendido, y la persona define sus creencias, que pueden ser muy diferentes de las de su familia. Independientemente de la educación religiosa o no religiosa recibida, si la persona es Amable-Altruísta en la juventud tienden a hacerse más religiosos o espirituales de adultos que aquellos que de jóvenes puntúan bajo en esta característica. Así, lo que los estudios nos muestran es que no es que la Religión haga que la persona se haga más Altruísta o Responsable, sino que es la gente que tiene más fuertes estos rasgos las que tienden a tener algún tipo de creencia.
¿Hay cerebros, genes que nos inclinan más a creer que no hay nada y otros que nos inclinan a creer que sí hay un Dios, un alma, un algo? Parece que sí, que igual que influyen en nuestra personalidad, nuestra elección de una carrera, o nuestra mayor o menor tendencia al riesgo, influye también en nuestra religiosidad o ateidad. Quizá saberlo nos puede ayudar a entendernos, a no pelear por nuestras ideas, a no intentar convencernos. Cada uno que crea en lo que le dicte su corazón, o sus genes… Al fin y al cabo, todos seguimos el mismo camino de la Vida, y como en el Camino de Santiago, todos vamos en la misma dirección. ¿Cada uno en una dirección, dices? No, fíjate bien. Todos, absolutamente todos, caminamos en la misma dirección, todos caminamos desde el oriente hacia el ocaso.
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