Las emociones pertenecen, como la mente, los pensamientos, la conciencia, a ese grupo de experiencias que cuando las vivimos, todos las sabemos identificar, pero que resultan sumamente difíciles de definir y, de hecho, los científicos no se ponen de acuerdo al hacerlo. El DRAE define emoción como “alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”. La famosa Wikipedia explica que son reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos ambientales o de uno mismo, es decir, que pueden ser respuesta a estímulos externos (un coche que se avalanza sobre nosotros, una caricia de un niño…) o a estímulos internos (un pensamiento, un recuerdo…). Las emociones producen cambios fisiológicos, activación del Sistema Nervioso, de Neurotransmisores en el cerebro, del sistema endocrino… que preparan nuestro cuerpo y músculos para realizar la conducta adecuada: acercarnos, huir, luchar, sonreír, fruncir el ceño… Las emociones siempre mueven a la acción, de hecho esta palabra deriva del latín emotio, que quiere decir movimiento o impulso. 
     Todas las emociones tienen como finalidad ayudar a la supervivencia. El susto al ver el coche que se avalanza sobre nosotros hace que reaccione todo nuestro sistema fisiológico con tal rapidez que nos hace dar un salto que salva nuestra vida. La rabia cuando alguien nos adelanta en una cola puede hacer que defendamos nuestra posición y no nos dejemos avasallar, permitiéndonos defender nuestro espacio físico y psicológico en el mundo. La tristeza, cuando hemos perdido a alguien querido, nos hace llorar y permite que otros nos abracen y consuelen y eso nos hace recordar que no estamos solos en el mundo. La alegría nos permite reír con los demás fortaleciendo, así, los vínculos emocionales con nuestro grupo, familia y amigos. Así, todas las emociones ayudan a la supervivencia. Pero, a veces, vamos hacia un extremo de caótico desbordamiento, en que las emociones nos dominan y perdemos contacto con nuestra parte más lógica y racional, mientras que en otras ocasiones caemos en un extremo de rigidez, terquedad, o no expresión de las emociones, hasta el punto de perder, nosotros mismos, el contacto con ellas. 
     Aunque todas las emociones ayuden a la supervivencia, no todas son fáciles de sentir, y todos quisiéramos estar siempre alegres, o tranquilos, y quisiéramos no sentir tristeza, ni rabia, ni dolor. Cuando sentimos emociones negativas, como al pensar en una reunión en la que han atacado nuestro trabajo y no nos hemos sabido defender, podemos sentirnos mal y podemos intentar evitar la emoción distrayéndonos. La distracción funciona para algunas personas, para algunas intensidades emocionales y para algunas emociones. No funciona siempre. En muchas ocasiones se convierte en una represión que hace que luego vuelva la emoción y regrese con “refuerzos”. Así, aunque es una estrategia muy utilizada, y muy recomendada, “no estés triste… tienes que distraerte… normaliza tu vida…”, no siempre va a funcionar. 
     Luchar contra las emociones tampoco será una buena idea. Si nos viene un recuerdo o emoción negativa y lo queremos evitar, por más que pensemos “no quiero pensar en esto, no quiero pensar en esto”, “no quiero sentir esto, no quiero sentir esto”, no nos va a servir de nada. Como moverse en arenas movedizas hace que nos hundamos más rápidamente, luchar contra las emociones las intensifica. ¿Qué hacer entonces? Una posibilidad es observarlas y permanecer quietos, utilizando estrategias del Mindfulness, y nombrarlas para “domesticarlas”, utilizando estrategias que la Neurociencia ha encontrado eficaces. 
    Recordemos que Mindfulness supone una atención plena en el momento y experiencia del presente, sin juicio ni crítica, sin expectativas. Además, sabemos que la práctica de Mindfulness favorece la regulación emocional. Eso supone poder observar las emociones y aceptarlas, sin enjuiciarlas ni criticarlas, sin esperar que fueran otras o distintas, sin huir de ellas, aunque a veces resulten dolorosas de sentir. Al observar nuestras emociones, y estar presentes en ellas, respirando a través del proceso emocional, empezamos a poder fluir con este proceso, integrándolo en nuestro cerebro y nuestro cuerpo, conectándolo con todo nuestro ser, y con las otras partes de nuestro cerebro. Al observar nuestras emociones sería deseable que nuestra mente esté lo más “quieta” posible. Al sentir la emoción, puede ser que nuestra mente se lance hacia el discurso mental habitual, muchas veces con frases que comienzan con “y si…” o con “es que…”. Son cosas que la mente hace normalmente, pero queremos estabilizarla para poder observar, así que, amablemente, tendremos conciencia de dónde se ha ido nuestra mente y volveremos a dirigir nuestra atención a las emociones. Es como si quisierámos observar las estrellas con un telescopio, hacerlo sobre una barca no sería muy buena idea. Así que observar las emociones, o la vida, o cualquier otra cosa, desde una mente que se zarandea constantemente, tampoco será una idea excelente. 
     Empezamos conectando, integrando, el hemisferio izquierdo y el derecho al dar nombre a las emociones, el que tienen, sin juicio, ni crítica. El hemisferio derecho tienen más conexiones interoceptivas con el interior del cuerpo, así que es algo más consciente de las emociones, y de dónde las sentimos. El hemisferio izquierdo alberga el área de lenguaje, por lo que puede identificar la emoción y decir “esto es tristeza, (o angustia, o rabia)”. Al sentir la emoción y darle nombre conectamos hemisferio derecho e izquierdo, consiguiendo una mayor integración entre ambos hemisferios. Al lograrlo, notaremos cómo la emoción se irá calmando suavemente. Hay que tener mucho cuidado de darle nombre a la emoción (rabia, tristeza, alegría, miedo, angustia, nervios, vergüenza…), no etiquetarla ni enjuiciarla (una rabia horrible que no debería sentir, unos celos espantosos que me ensucian), ni tampoco caer en el diálogo mental (es una injusticia, no debería ser así… eso es una explicación, una justificación, no da nombre a la emoción; dar nombre a la emoción, es como dar nombre a un color, simplemente identificar el que es). 
     También prestaremos atención a qué parte de nuestro cuerpo siente la emoción, esto es especialmente difícil para algunas personas, pero es muy importante, porque permite esa conexión entre el cerebro y el cuerpo, permitiendo integración vertical. Al notar dónde sentimos la emoción en el cuerpo, nombramos, dentro de nuestra mente, dónde la sentimos, “es rabia y está en la mandíbula”, por ejemplo, o “es tristeza y está en el pecho”
     Observaremos que, por fuerte que sea la emoción, no ocupa todo nuestro cuerpo, sólo una parte. Podemos observarnos a nosotros mismos teniendo esa emoción. Viéndola como una actividad de nuestra mente. E, incluso, abrazando esa emoción dentro de nosotros, aceptando la experiencia que traiga. 
     La realización de este ejercicio nos permitirá ser conscientes de nuestra emociones, sin caer en el desbordamiento ni en el bloqueo, nos permite fluir con nuestro mundo emocional, integrando las experiencias. Practica este ejercicio cuando te haga falta, y sigue practicando la Conciencia en la Respiración diariamente. Es la práctica diaria la que cambia el cerebro. Si te cuesta sentir las emociones en tu cuerpo, practica primero con el ejercicio de Conciencia en el Cuerpo, hasta que te sea más fácil ser consciente de dónde están las emociones en tu cuerpo. Tienes todas estas grabaciones disponibles en este blog y en mi Canal de YouTube, http://www.youtube.com/user/LinkCerebroMente/videos
     ¿Seguirá habiendo momentos en que nos desbordarán las emociones, o en que las bloquearemos, o nos iremos hacia la rigidez y terquedad? Claro que sí. Nadie somos perfectos. Pero la práctica de este ejercicio, y el intentar llevar esa conciencia a la vida cotidiana nos ayudará a que esos “malos momentos” sean cada vez menos. Y cuando nos hayamos deslizado hacia el desbordamiento o la rigidez, podremos llevar nuestra conciencia ahí, y ayudar a nuestra mente a recuperar el equilibrio e integrar esas emociones dentro de nosotros.
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