En la Universidad Emory, en la de Wisconsin o en la de Standford, en EE.UU., creen que las personas tenemos una capacidad natural para la empatía, el amor y la compasión que puede ser cultivada, incluyendo a las personas que ejercen acoso en el trabajo o en las escuelas. Las tres Universidades han desarrollado programas para la Enseñanza de la Compasión, la Empatía y la Amabilidad, que incluyen a la población adulta, personas con traumas, jóvenes en familias o casas de acogida, y niños, desde pre-escolar. 
     Al contrario que lo que defiende la tesis del “gen egoísta”, nuevas investigaciones en Neurociencia afirman que estamos programados para la conectividad y la ayuda mutua. Es la idea que también defiende Mathieu Ricard en su libro En defensa del Altruismo. Estos estudios parecen apuntar a que las prácticas que fortalecen nuestra conexión con los demás, como cuando se realiza entrenamiento en la Compasión, pueden mostrar efectos positivos en nuestra salud mental y física. Nos hacen sentir bien y disminuye nuestro estrés, (y tenemos que recordar cuántas enfermedades, físicas y mentales, se relacionan con el estrés, como la ansiedad, la depresión, la hipertensión, o la diabetes, por ejemplo). 
     La Compasión no es sentir lástima. Aunque ya hablaremos más extensamente de esto en el futuro, la lástima paraliza porque la persona se centra más en cómo resolver el malestar emocional que le ha producido ver el sufrimiento de otra persona o animal. Sin embargo, en la Compasión no hay parálisis, ni preocupación por el propio malestar, sino un deseo sincero de aliviar el sufrimiento del otro ser y actuar en su beneficio. Parece que las personas más altruistas tienen menos dificultad para regular sus emociones, lo que les permite poder sentir empatía por el dolor ajeno y pasar a la acción, porque no necesitan utilizar energía en regular su propio malestar. Las personas que sienten empatía, que se califican a sí mismas como muy “sensibles”, les puede costar más ser altruistas, porque tienen que dedicar más energía para regular las emociones negativas que les produce ver el dolor ajeno. 
     Esto no quiere decir que en la evolución el gen egoísta no tenga su sitio. Claro que lo tiene. Pero, en general, ya desde el reino animal, se ve un proceso en el que se avanza hacia una mayor complejidad y cohesión social que implica ayuda mutua. Ejemplos fáciles de ver son aquellos animales que adoptan las crías de otra madre cuando ésta muere, como ocurre en las manadas de lobos, o entre las ovejas. 
     Evolutivamente la compasión comienza a sentirse más fácilmente por aquellos que nos son más próximos, nuestros seres más queridos, nuestra familia, amistades, o gente que sea más similar a nosotros, por edad, rango, país, raza, o cualquier otra identidad o rol (por ejemplo, cuando varias madres se juntan y hablan es fácil ver cómo les es más fácil empatizar entre ellas, porque comparten el mismo rol y experiencias). Cuánto más cerca esté la persona de nosotros, más difícil será verle sufrir. 
     Nos es mucho más difícil, sin embargo, sentir compasión por aquellas personas que nos son extrañas, extranjeras, diferentes, que no nos gustan, o a los que no gustamos, o que nos han hecho daño de alguna forma. En este último caso muchas personas sienten poco o ningún malestar, o incluso se alegran, cuando ven a alguien sufrir, si ese alguien les ha causado mal. 
     Para que el dolor ajeno, sea de quien sea, nos mueva a la acción y a la ayuda debemos comprender, primero, que todas las personas, que todos los seres somos iguales. Que todos buscamos la felicidad, la plenitud, el amor, la salud… Pero sólo eso no será suficiente, también necesitaremos generar afecto positivo hacia esas personas, entristecernos con sus tristezas, alegrarnos con sus alegrías, y cultivar una actitud de ayuda positiva.
     En la Universidad de Emory han desarrollado un programa llamado CBCT (Cognitively-Based Compassion Training, Entrenamiento Cognitivo en la Compasión). El programa ha sido desarrollado por Geshe Lobsang Negi, y parte de la tradición lojong del Buddhismo Tibetano. Lojong significa entrenamiento mental o transformación del pensamiento e implica el entrenamiento sistemático de la mente en la Compasión hasta que ésta se hace espontánea. La visión que apoya esta filosofía y esta práctica es que el pensamiento egoísta, centrado en uno mismo, no nos causa beneficio, sino sufrimiento, para los demás y para nosotros mismos y que los pensamientos, emociones y conductas altruistas, nos benefician a todos, incluidos nosotros mismos. Esta colaboración, conexión, empatía, compasión, que moviliza a la ayuda, nace de una conexión con los demás, incluso con las personas desconocidas, que son sentidas con cercanía, y del reconocimiento de que su sufrimiento es mi sufrimiento. 
     Imaginemos dos ciudades. En una ciudad la gente es amable, cariñosa, colaboran y se ayudan mutuamente, tienen mucha empatía mutua, y trabajan en equipo, nadie está solo, y siempre encuentran la ayuda de los otros. En otra ciudad, aunque sean socialmente correctos, cada uno va a lo suyo, a su propia supervivencia, cada uno trabaja y se ocupa de puertas para adentro de resolver sus propios problemas. Viven con el lema cada palo que aguante su vela. Imaginemos ahora que un terremoto terrible asola la ciudad, se caen muchas casas, hay muchos heridos, muchos muertos. Vamos a imaginar que no existe la ayuda internacional. Esas ciudades tienen que superar esa situación por sí misma. ¿Qué ciudad creemos que superará antes esta gran dificultad? ¿En qué ciudad creemos que los ciudadanos sufrirán menos y se recuperarán mejor?
     Así que los pensamientos y conductas que están centrados en uno mismo nos perjudican, nos terminan, a la larga, generando sufrimiento. Aquellos que están centrados en los demás, con Amor, Amabilidad, Ecuanimidad y Compasión, nos ayudan y nos aportan bienestar, mejora y felicidad. 
     El primer paso sería desarrollar una mínima estabilidad mental a través de un entrenamiento de una atención centrada. En este blog hay varias entradas en las que se ha cubierto ese objetivo (la más reciente: http://linkcerebromente.blogspot.com.es/2014/01/de-la-tension-la-inconsciencia_30.html). El siguiente paso natural sería aprender a observar la verdadera naturaleza de la mente y de las emociones (ver: http://linkcerebromente.blogspot.com.es/2012/04/mindfulness-en-las-emociones.html). Y, finalmente, cultivar el Amor y la Amabilidad, hacia uno mismo y hacia los demás (ver: http://linkcerebromente.blogspot.com.es/2014/07/amor-y-amabilidad-contra-ira-y.html), la Ecuanimidad (igual que yo deseo la felicidad para mí, todos los seres desean y buscan la felicidad), Gratitud, Afecto, Empatía, Alegría Empática (alegrarse con el bien ajeno, todo lo contrario de alegrarse con el mal ajeno), y la Compasión.  
     Así, como vemos, el cultivo de estas cualidades es algo completo, complejo y amplio. Decirle a nuestros hijos, hijas, alumnos o alumnas que sean amables no les volverá más amables ni más empáticos, de la misma forma que desear tocar el piano no nos dará el conocimiento ni la habilidad necesaria para hacerlo. Es necesario practicar, y no hay mejor momento para comenzar que en la infancia que es cuando el cerebro es más plástico. Leer este artículo y hacer que, cada tanto, nuestros hijos o hijas escuchen el vídeo que adjunto, hablar de vez en cuando sobre la amabilidad, el amor, o la compasión, no les hará personas más sociales ni más compasivas. Como para cualquier otra cosa, como para aprender un idioma, como para el deporte, como para aprender a tocar un instrumento, la práctica será la que marcará la diferencia. 
     Aquellas personas expertas en la meditación en la compasión, con más de 10.000 horas de práctica, son las que muestran una respuesta neurológica mayor al sufrimiento de otras personas. Aún así, no hay que desanimarse, en la Universidad de Wisconsin, Richard Davidson y su equipo han comprobado que tras sólo dos semanas de entrenamiento diario en la meditación de la compasión el comportamiento hacia las personas desconocidas ya comienza a ser más altruista, y comienza a haber más activación en el Córtex Parietal Inferior, una región implicada en la empatía y comprensión de otras personas. Así que el cerebro empieza a generar cambios con rapidez, pero debemos continuar practicando si queremos que esos cambios sean sólidos y duraderos. 

     El entrenamiento, como ya comentamos en la entrada anterior, es progresivo, aumentando la dificultad en cada paso, como si hiciéramos un entrenamiento con pesas en el gimnasio, en el que aumentamos el peso poco a poco. Así, comenzamos por lo más directo, enviarnos amabilidad a nosotros mismos, luego a alguien querido y amado, aumentamos la dificultad, el “peso”, con alguien neutro o desconocido y, finalmente, el mayor “peso” con una persona “difícil”, es decir, alguien con quien tengamos algún resentimiento. 

    El programa CBCT de la Universidad de Emory ya ha arrojado algunos resultados muy valiosos. Por ejemplo, entre adolescentes en familias o casas de acogida, que normalmente, debido a los traumas o abandonos sufridos, tienen dificultad para formar vínculos estables y sanos, este entrenamiento les fortalece y les aporta las habilidad de empatía necesarias para poder abrirse y conectar con otras personas. También han llevado el programa a escuelas, enseñándolo a niños y niñas entre 5 y 9 años, enseñándoles Mindfulness, Auto-Compasión, Imparcialidad, Empatía, Afecto y Compasión Activa hacia los demás. Actualmente están evaluando los efectos que el programa está teniendo en conducta prosocial, el bullying, los estereotipos o la exclusión en los colegios. Ya comentaremos los resultados cuando los publiquen.
     ¿Tienes hijos o hijas pequeños? ¿Eres profesor o profesora de Pre-escolar o de Primaria? No lo dudes, éste es el mejor momento de comenzar. Todos los días un pequeño rato. Comenzando primero por aprender a centrar la mente. Y combinándolo, después, con el entrenamiento en la Amabilidad y la Compasión. Seguro que tu hogar será más feliz. Seguro que tu clase será más amable y agradable. 
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