Una experiencia común en la meditación —tanto para aquellas personas que comienzan como, incluso, aquellas que ya llevan un tiempo— es luchar por centrarse en la respiración y por tener la mente ‘en blanco’, vacía, serena, sin pensamientos. Esto lleva a una lucha, que aumenta la tensión. Viene un pensamiento, nos dejamos arrastrar por él, nos damos cuenta, nos enfadamos o frustramos, observamos que vienen pensamientos sin parar, cada poco tiempo, nos frustramos más, empezamos a decirnos: “cálmate”, “venga, no pienses en nada, céntrate en la respiración”, “deja de pensar”… y los pensamientos vienen continuamente, aumentando más y más nuestra frustración. El tiempo empieza a hacerse largo, empezamos a preguntarnos cuánto queda para terminar, cuánto más tenemos que seguir con esta tortura antes de poder hacer otra cosa que en ese momento nos parece más importante, porque, por supuesto, nos hemos acordado, durante la meditación, de algo fundamental que teníamos que hacer. Al final, cuando suena el cuenco o la campana, estamos tensos y agotados, y no hemos experimentado ninguna sensación de descanso, ni de relajación.
Vamos a imaginar que estamos al borde de una piscina. El sol es brillante y se refleja en el agua azul, clara y limpia. Nadie se ha estado bañando, no hace viento. La lámina de agua nos permite ver el fondo con toda claridad, y es un espejo que refleja el cielo, las nubes, las plantas… Entonces tiramos algo a la piscina. La acción en el agua es una, el objeto que cae, pero lo que percibimos son una serie de ondas que se van abriendo y ocupando todo el espacio de la piscina, cada vez más amplias, cada vez menos intensas. Si dejamos la piscina quieta y no tiramos nada más, podremos observar cómo las ondas se van haciendo menos y menos intensas, más pequeñas, más suaves, hasta que al final desaparecen y tenemos la lámina transparente de agua, quieta y tranquila, otra vez.
Ahora imaginemos que, por el contrario, la piscina está muy agitada, se ha estado bañando gente, zambulléndose, jugando, saltando, tirando pelotas… El agua está muy agitada, multitud de ondas, como las descritas anteriormente, se entrecruzan. No vemos ningún patrón —aunque lo hay—, sólo percibimos agitación y movimiento.
Ahora imaginemos que, por el contrario, la piscina está muy agitada, se ha estado bañando gente, zambulléndose, jugando, saltando, tirando pelotas… El agua está muy agitada, multitud de ondas, como las descritas anteriormente, se entrecruzan. No vemos ningún patrón —aunque lo hay—, sólo percibimos agitación y movimiento.
Queremos que la piscina se quede quieta y tranquila, ¿qué podemos hacer? Obviamente lo mejor que podemos hacer es no hacer nada, quedarnos quietos, no intervenir. Pero es que, además, queremos ser conscientes del proceso. Podríamos quedarnos dormidos al borde de la piscina, y ésta se calmaría igualmente, pero no podríamos verlo, no podríamos observarlo. Podríamos, también, emborracharnos, o drogarnos, y quedarnos grogis, al borde de esa piscina, de vez en cuando entreabriríamos los ojos y diríamos ‘¡qué luz tan bonita en el agua!’, pero tampoco seríamos conscientes. Estaríamos por debajo de la Conciencia.
Lo que queremos es que la piscina se calme, pero ser conscientes de cómo ocurre, poder disfrutarlo. Sin embargo, lo que hacemos normalmente es que ponemos a nuestro lado el saco de piedras del rechazo, y empezamos a tirar piedras, tiramos una piedra al agua y decimos “quédate quieta”, tiramos otra piedra y decimos “no produzcas más ondas”, tiramos otra piedra “quédate en paz de una vez”. Y, claro, la piscina sigue produciendo más y más ondas, respondiendo a nuestra acción de tirarle piedras.
La piscina es nuestra mente, y esa persona sentada al borde de la piscina, es nuestra conciencia; conciencia que puede estar dormida o despierta, embotada o alerta, tranquila y serena, sin hacer nada, o inquieta tirando piedras, porque cree que tiene que hacer algo para ’solucionarlo’.
Gran parte de los pensamientos, imágenes y recuerdos que aparecen durante la meditación son ondas de acciones anteriores, son sólo un eco. Como cuando hemos estado viendo una película y luego nos acostamos, cerramos los ojos y aparecen escenas de la misma. De igual forma aparecen escenas-eco-ondas de acciones previas del día: un fragmento de conversación, una imagen, una idea, un recuerdo del futuro (es decir, de algo que tenemos o queremos hacer). No tienen porqué ser importantes, pueden ser las cosas más triviales e insustanciales. Siempre están ahí, lo que pasa es que ahora las vemos, las observamos, ahora somos conscientes de su presencia.
Con esta metáfora, cuando estés meditando, imagina que tu mente es la piscina. Quieres que se serene. ¿Qué tienes que hacer? Nada. Sólo ser Conciencia observando desde fuera de la mente-piscina. Cada vez que pensamos: “deja de pensar”, “céntrate en la respiración”, “venga, concéntrate de una vez”, son pensamientos-piedras que arrojamos a la piscina-mente, produciendo más ondas.
Sólo tenemos que Ser Consciencia, Observar. No tenemos nada que hacer. Permanecer atentos y despiertos al borde de la piscina-mente observando. Ése es el significado del No-Hacer del Tao Te Ching.
Si no arrojamos más piedras-pensamientos, la piscina-mente, al final, se calmará, y podremos así conocer lo que es la Mente Prístina, la Conciencia Luminosa, realmente: ese espacio abierto, sereno y silencioso, en el que permanecen latentes todas las manifestaciones.
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