Todos hemos tenido alguna vez un pensamiento que no hemos podido eliminar de nuestra cabeza. Cuanto más intentamos no pensar en él, más parece controlar nuestra mente y nuestra conciencia. De hecho, la mente no puede NO pensar en algo, no concibe el “no”. Inténtalo ahora mismo: intenta no pensar en un coche rojo, inténtalo, NO pienses en un coche rojo… NO traigas a tu mente la imagen de un coche rojo. ¿Qué ha ocurrido? Que lo primero que te aparece en tu mente es un coche rojo, lo puedes quitar, desde luego, pero si no le das a tu mente otro objetivo en el que fijarse, el coche rojo seguirá apareciendo. Traslada esto a cosas más prácticas y reales de tu vida cotidiana y tendrás dos lecciones importantes. Primera: La mente imagina lo que se verbaliza. Si te dices: “NO quiero ser una persona infeliz y desgraciada en la vida”, te vendrá, precisamente, una imagen de ti como persona infeliz y desgraciada; si, por el contrario, te dices: “quiero ser una persona feliz y plena en mi vida”, te vendrá una imagen de ti viviendo una vida plena y feliz. Y, segundo: necesitas darle a tu mente un objetivo claro, si quieres eliminar un pensamiento no deseado, que te hace sufrir, debes darle otro objetivo, no te bastará con decirte “no pienses en esto”, tienes que darle a tu mente otra cosa en la que pensar. Es lo que se hace con el Mindfulness, cuando te centras en tu respiración o en tu cuerpo, te vienen otros pensamientos y los retiras, para volver a centrarte en el objetivo en el que has decidido centrar tu conciencia. 
     La estrategia de dar a la mente otro objetivo, “distraerse”, es algo que todos utilizamos de forma espontánea. Sin embargo, no siempre va a ser tan fácil. En las personas con tendencia a la obsesión el asedio de los pensamientos no deseados puede ser una verdadera tortura, pero también en otros problemas que no se categorizan como un Trastorno Obsesivo, como son la ansiedad, la depresión, las rupturas sentimentales, la muerte de un ser querido, una equivocación terrible, el sentimiento de culpa, o algo que nos ha producido mucha rabia, la tendencia a la obsesión va a ser el factor que va a incrementar el sufrimiento y el desgaste de forma considerable. Es como si ‘la palanca de cambios de la mente’ se nos hubiera encasquillado y no pudiéramos cambiar de orientación, no pudiéramos centrarnos en otra cosa. Aunque intentemos distraernos, las imágenes y pensamientos del error cometido, de lo que tendríamos que haber dicho o hecho, de lo que nos dijeron, de lo que ocurrió, ocupan toda nuestra conciencia. Todos podemos sufrir el asedio de un pensamiento no deseado en varios momentos de nuestra vida, especialmente cuando ha habido alguna crisis o cambio al que nos cuesta adaptarnos, como una ruptura o muerte inesperada en que la persona no puede parar de pensar en el ser amado, en lo que ha ocurrido, en la incomprensión, o en el pasado perdido.
     La palabra obsesión deriva del latín obsessio, que se deriva, a su vez, de obsidere, ‘asediar’. Así, una obsesión es una idea, preocupación o deseo, que uno no puede apartar de la mente y que representa un asedio para nuestra conciencia y emociones.
En los casos en que la obsesión se convierte en un trastorno se sabe que hay varias partes del cerebro que pueden estar implicadas, no lo voy a resumir aquí, sin embargo, estos estudios son muy complejos, ya que el cerebro no es un sistema de cajitas cada una con una única función.  
     Podemos decir, eso sí, y simplificando mucho, que cuando surge un pensamiento se activa un pequeño grupo de neuronas en nuestro cerebro. Esto ocurre constantemente, y muchas veces esta activación neuronal cesa pasado un breve, incluso brevísimo, espacio de tiempo. Son pensamientos, imágenes, recuerdos, que van y vienen constantemente activándose aquí y allá en las distintas zonas de nuestro cerebro. Pero si esas neuronas, al activarse, logran “despertar” otros grupos de neuronas, otras redes neuronales, con pensamientos, recuerdos o emociones asociados, la zona activada del cerebro irá creciendo y ganando fuerza y consumiendo energía. Un pensamiento obsesivo llega, así, a activar zonas enormes del cerebro. 
    Como una imagen vale más que mil palabras, y quizá te cueste visualizar esto de los grupos de neuronas activándose, imagina que en el campo de nuestra mente, surge cada poco tiempo, una máquina de tren. La ves aparecer, y si no haces nada, la verás alejarse y alejarse, hasta desaparecer en el horizonte. Pero, si en lugar de eso decimos “¡Ah! ¡Mira! El tren de la culpa, y es que me siento culpable por lo que le he dicho a mi hijo… como aquella otra vez que tampoco me supe contener, cuando lo del supermercado… como cuando tenía 8 años y le eché a mi hermana pequeña la culpa del cristal roto… claro que mi padre sólo tenía ojos para ella, yo no existía, era claramente su favorita…  era injusto…” y le empezamos a enganchar vagones, unos con recuerdos de momentos en los que metimos la pata, de personas a las que hicimos daño, otros de personas que nos hicieron daño, otros de pensamientos, de disculpas, opiniones… otros de emociones… Y seguimos, y seguimos y seguimos enganchando vagones. La máquina del tren ha seguido avanzando y sin que nos diéramos cuenta, ya desapareció en el horizonte… pero nosotros seguimos enganchando vagones, y seguimos, y seguimos… y cuando ya no nos quedan más vagones diferentes, enganchamos los mismos vagones otra vez, y otra vez, y otra vez. Al final, como bromeaba una de mis pacientes, el tren mide más de 40000 km, ha dado varias veces la vuelta al planeta y la persona tiene delante de sí varias líneas del mismo tren de pensamiento. Del mismo “puñetero” tren. 
     Una mente controlada no tiene problemas con los pensamientos obsesivos. Pero en Occidente no nos enseñan a regular nuestra mente, no entra en el currículum escolar, y cuando se habla de ello se suele interpretar como “control”, y el control como “represión”. Así, muchas personas consideran que el control de los impulsos o de las emociones, es equivalente a la represión de los mismos. Esta confusión se evita con la palabra regulación. La persona que tiene su mente regulada no necesita ya luchar contra los pensamientos obsesivos, porque no los tiene. Tampoco necesita reprimir ni controlar las emociones negativas: odio, resentimiento, desprecio, orgullo, tristeza, miedo, angustia… porque tampoco las alberga. Lógicamente, en la vida ocurrirán cosas que le despertarán emociones, sentirá rabia, miedo, tristeza, esperanza, entusiasmo o alegría… pero las emociones negativas no se afincarán, no se convertirán —al afincarse — en un estado de ánimo negativo permanente, ni después darán lugar a un carácter negativo que defina a la persona como rencorosa, o vengativa, o depresiva, o nerviosa… 
     La práctica de la Meditación y del Mindfulness, bien realizados, son un aprendizaje para lograr —por medio de la práctica diaria y mantenida— el control de la mente y la regulación de las emociones. La forma de Meditación que utiliza la concentración en un punto, objeto, o respiración, se convierten en la primera herramienta básica, de las varias que se pueden utilizar. Los pensamientos vienen, claro que vienen, y seguirán viniendo, pero la persona, poco a poco, aprende a dejar que los pensamientos se vayan y se vuelve a centrar en el punto en el que ha decidido centrar su atención. Sin embargo, no será suficiente sólo con eso, será necesario utilizar otros ejercicios y adoptar una actitud “mindfulnes”, por decirlo así, en la vida, una actitud de estar presente en el momento presente, de estar aquí y ahora, de vivir el momento. Los programas de Mindfulness adaptados a este problema están demostrando su eficacia para superar los pensamientos obsesivos, incluso en aquellas personas con un Trastorno Obsesivo Compulsivo severo. Con mayor motivo son eficaces con las obsesiones ligadas a la ansiedad, la depresión, las rupturas, los duelos, la culpa, la rabia… Los pequeños asedios que sufre la mente en la vida cotidiana.
    ¿Quieres seguir enganchando vagones al tren de tus pensamientos? ¿O prefieres dejar de sufrir este asedio y ser tú quien controla tus pensamientos, quién decide qué quiere pensar y cuándo, quién decide cuándo parar de enganchar vagones al tren de un pensamiento que te está haciendo sufrir? Es verdad que el trabajo de regulación emocional, por medio del Mindfulness o de otra estrategia que escojas, va a exigir trabajo y dedicación. Pero el resultado es no sufrir más asedios, o que duren lo menos posible. Recuperar el equilibrio, si se pierde, cuanto antes. No perder energía en batallas contra ti mismo. En definitiva, ser más feliz. 
 
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