¿Quién quiere sufrir? Nadie quiere. Los padres y madres dicen que no quieren ver sufrir a sus hijos, sin embargo han venido a este mundo con dolor, y sufrirán dolor numerosas veces durante su vida, hasta que ésta acabe. En una cultura que constantemente busca el placer y la distracción, el dolor que surge con algunos desafíos que la vida inexorablemente trae, aumenta por medio del rechazo a éste, originando un incesante sufrimiento. El dolor causado por la situación en concreto, tiene un inicio y un final, el sufrimiento originado por el rechazo—mientras lo alimentemos— no termina nunca. Por ejemplo, nos muerde un perro, el dolor físico y emocional de forma natural se pasa. El sufrimiento, el trauma, el rechazo a lo ocurrido, puede no acabar nunca… mientras la persona lo mantenga, mientras no lo integre.
Vivimos en una cultura que da la espalda a las dificultades y al dolor. No quiere reconocer que existe, y cuando venga, quiere hacer cualquier cosa por eliminarlo. Nos resfriamos, y en lugar de meternos en la cama y descansar, queremos mantener el mismo ritmo de actividad de siempre, para ello tomamos antibióticos, muchas veces de forma innecesaria, haciendo a las bacterias cada vez más resistentes y provocando, poco a poco, un grave problema colectivo de salud y prevención, del que ya nos están avisando desde hace tiempo las autoridades sanitarias.
Si sufrimos una pérdida de un ser querido, o una separación, el médico nos recetará ansiolíticos o antidepresivos, intentando evitar que sintamos las emociones lógicas que una situación así trae. Sin darnos cuenta, que lo que estamos haciendo es alargar el proceso de duelo y de resolución e integración de esas emociones y de esa realidad. Ninguna medicación puede hacer eso por nosotros. Ninguna medicación integra las emociones. Sólo la conciencia puede hacerlo.
Cuando las emociones son dolorosas e intensas, —por ansiedad, depresión, duelo, miedos…— rechazamos sentirnos como nos sentimos, intentamos evitarlo. Sin embargo, es ese mismo rechazo por las emociones que sentimos, el que las hace más intensas y duraderas. Algunas situaciones, necesariamente, van a producir emociones dolorosas como, por ejemplo, tras una muerte o una ruptura. Ante esas situaciones, lo mejor, es ser conscientes de las emociones que estamos viviendo, abrir nuestro corazón a ellas, dejar que entren… y se vayan. Hay una parte de sufrimiento que, sin embargo, sí podemos evitar. Podemos evitar el sufrimiento producido por el rechazo a experimentar esas emociones. Pensamientos del tipo “esto es injusto”, “nadie debería morirse”, “esto no me debería estar ocurriendo, después de todo lo que yo he hecho por esta relación”, expresan nuestro rechazo por lo que hay en el Ahora, rechazo que no va a cambiar nada, porque lo que hay ahora ya es y ahora no puede ser cambiado, sólo puede ser aceptado.
Un factor que tiende a aumentar el rechazo es la tendencia de la mente de no ver, no aceptar plenamente la transitoriedad de todo lo ocurre. Una parte de nosotros sabe que todo es transitorio, pero otra parte muy grande no quiere verlo. Cuando sentimos dolor por la ansiedad o la depresión, o por un duelo, o una ruptura, parece que ese dolor no va a acabar nunca; acudimos al psicólogo y preguntamos “¿me pondré bien algún día?”. Si internalizáramos la transitoriedad de todas las situaciones, incluido de este malestar emocional, nos daríamos cuenta que el malestar también pasará, y esa conciencia, nos permitiría tener una relación diferente con la emoción y con los pensamientos.
Cuando estamos mal tendemos a interpretar que nos sentimos mal todo el tiempo, pero no es cierto. Los eventos mentales, pensamientos, emociones, imágenes, recuerdos, películas mentales, no están todo el tiempo igual, cambian constantemente. Vienen y van. Así que por mal que se sienta una persona, no está todo el tiempo igual de mal, aquí y allá, hay momentos en que la emoción es diferente. El malestar emocional aumenta en momentos, viene por oleadas; y en otros momentos, disminuye, o desaparece, sencillamente no está.
Imaginemos que cae una piedra muy grande en un lago; el lago representa el espacio de la mente y la enorme piedra representa un evento de dimensiones importantes, como una muerte, un despido, o una separación. Al comienzo formará olas tremendamente grandes, altas, intensas y seguidas; tan seguidas que la persona puede sentir que, literalmente, se va a ahogar con esas emociones tan fuertes. Sin embargo, pasado un tiempo, las ondas-emociones, aunque aún intensas y seguidas, son menores y empieza a haber un pequeño espacio de tiempo entre una onda y la siguiente; habrá momentos en que la persona no se sentirá abatida por la emoción. Cuando pasa más tiempo aún, las ondas-emoción se van haciendo cada vez más suaves y distantes; eso sí, aún cuando haya pasado bastante tiempo, todavía, de vez en cuando, puede venir una onda-emoción importante. Estas ondas-emoción nos pueden pillar por sorpresa, a veces las relacionamos con algo que ha disparado un recuerdo, pero en otros momentos parecen surgir de la nada, responden a las leyes físicas del ciclo de esa onda-emoción, ya que la actividad mental se transmite por ondas, como la actividad eléctrica del cerebro, o como la luz, o el sonido.
Si las observamos atentamente, podremos ver los ciclos en que la onda-emoción está, y en los que no está. Veremos que no siempre está presente. Si aceptamos la onda-emoción cuando llega y no oponemos resistencia, la onda-emoción viene y se va, pasa, porque esa es su naturaleza.
Sin embargo, lo que solemos hacer es oponer resistencia a la onda-emoción, no queremos sentirla, no queremos sufrir. Al hacerlo, es como si rodeáramos la zona del lago donde se están originando las ondas, con un muro, de tal forma, que las ondas, al expandirse chocarían con las paredes, rebotando y ganando ímpetu de nuevo, alimentándose con la oposición del muro y aumentando su intensidad y su duración.
Por fuerte que sea la onda-emoción, si no te opones a ella, si la observas, si en lugar de ser muro, eres playa, la onda-emoción terminará por morir, suavemente, en la arena de tu playa.
Cuando observas no te opones, porque al observar ya no eres la emoción, eres la Conciencia. Te relacionas de una forma diferente con las emociones y pensamientos, con las imágenes, recuerdos y películas mentales. Te relacionas con todos estos eventos mentales con perspectiva, viendo, aprendiendo, cómo funciona la mente. Y si aún percibes resistencia a las emociones, entonces observas esa resistencia. Observa en qué parte de tu cuerpo sientes esa emoción, qué pensamiento produce en tu cabeza. Obsérvala, aceptando que, de momento, ahora mismo, esa resistencia está ahí. Con el tiempo, la aceptación de la resistencia traerá su disolución. Y eso nos permitirá aceptar las otras emociones que llegan al espacio de nuestra mente. Aceptarlas y dejarlas pasar, sin aumentarlas, sin darles energía. Observando, siempre observando.
No tiene importancia qué emoción, pensamiento, imagen o recuerdo venga a tu mente. Lo único que tiene importancia es la Conciencia que observa. No eres tu mente. Eres la Conciencia que la observa. Repite esto cada vez que te sientas acosado o acosada por la mente: “No soy mis pensamientos, ni mis emociones, ni me mente. Soy la Conciencia que las observa”. Repítelo con plena conciencia. Esta repetición irá trayendo una verdadera transformación interior. Si has alcanzado ese punto en que ya no necesitas más ese sufrimiento, aún con miedo, avanzarás con firmeza hacia esa transformación.
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Una forma práctica de observar y aceptar las emociones es hacer la meditación de ‘Mindfulness en el Dolor Físico’ con las sensaciones físicas de las emociones. Con el tiempo no necesitarás ninguna guía verbal, sino que la aceptación y la observación surgirán naturalmente en ti:
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