El psicólogo Rick Hanson (‘El cerebro de Buda’) afirma con humor que el cerebro es teflón para lo positivo y velcro para lo negativo. Nadie pone en duda esa afirmación pues es la experiencia cotidiana que experimentan la inmensa mayoría de las personas con sus mentes. Un torrente de pensamientos continuo, la inmensa mayoría de ellos, negativos. Y son los negativos, obviamente, los que más molestan. ¿Por qué esto es así? Una razón es biológica, el cerebro está programado para prestar atención inmediata a lo negativo, al peligro, porque su supervivencia depende de ello. Pero, claro, también depende de prestar atención a lo positivo. De hecho, si nuestros antepasados paleolíticos le hubieran prestado atención sólo a los elementos negativos de la experiencia, habrían pasado por alto valles llenos de comida y caza, por lo que no hubiéramos podido sobrevivir. ¿Hay, entonces, alguna otra razón?
Hay varios motivos, como explicaré en otro momento, una razón importante es que el ego se siente fortalecido con esos pensamientos negativos. Aunque parezca mentira es así. Una persona puede haber desarrollado una identidad de víctima, por ejemplo, una vez que tiene esa identidad, para el ego es importante aferrarse a ella y no perderla, así que mantendrá los pensamientos que fortalezcan esa identidad. Pero la explicación más detallada de esto lo dejamos para otra ocasión.
Otra de las razones principales es que hacemos más caso, damos más energía, a los pensamientos negativos que a los positivos. ¿Cómo es eso? Parece ilógico, pero lo vamos a comprender enseguida. 
Imaginemos una situación típica de casa: para este ejemplo voy a utilizar en mi ejemplo una madre haciendo la comida, y una hija, pero igualmente podría ser un padre cocinando, o una madre arreglando la moto… La niña se acerca a la madre, en la cocina, y le pide ayuda para hacer un problema de mates que no termina de entender. La madre le responde: ‘Claro que sí, cariño, pero ahora estoy dando de comer a tu hermano pequeño, inténtalo tú solita primero, y yo voy dentro de un ratito’. Pasan 10-15 minutos y la niña vuelve, ‘Mamá, lo he intentado, pero de verdad que no lo entiendo, ¿me lo puedes explicar?’, y la madre afectuosa responde: ‘Claro que sí, cielo, pero mira cómo tengo las manos ahora, estoy haciendo la masa de las croquetas, que tienen que estar preparadas para la cena. En cuanto tenga la masa lista voy y te ayudo’. La niña sigue yendo varias veces pidiendo ayuda, y la madre en otro momento está cambiando los pañales de su hermano, y en otro momento resultó que estaba hablando por teléfono con la abuela. La madre sigue atareada con sus múltiples quehaceres, y ahora se encuentra en el momento más delicado de freír las croquetas para la cena, el aceite bien caliente, las está echando en la sartén, cuando de repente se escucha el estallido de algo de cristal, un jarrón probablemente, romperse en mil pedazos en el salón… sin retirar la sartén del fuego, sin apagarlo, la madre aparece en menos de un segundo en el salón… y su buena y paciente niña ha aprendido ese día algo: ‘si me porto bien no me hacen caso, si hago una travesura y me porto mal, obtengo atención inmediata’. Es verdad que obtiene una atención ‘negativa’, con la forma de regañina, pero obtiene atención. 
Y con los pensamientos es muy similar. Estamos comenzando un trabajo que parece un reto difícil, y aparece el pensamiento positivo ‘venga, tú puedes, tienes la capacidad, ya lo has hecho otras veces, tienes los recursos para solucionar esto’, y el pensamiento pasa como de puntillas, por una esquinita de la mente, y es como si le dijéramos, ‘vale, sí, ahora voy, cuando acabe de amargarme un ratito con esto otro’. Pero si aparece el pensamiento, ‘esto es horrible, no voy a ser capaz, estoy al límite, ya no puedo más de cansancio, no voy a poder, esto me supera’, ahí estamos inmediatamente, alimentándolo, pensándolo, dándole el 100% de nuestra energía, identificándonos con él al extremo: ‘es verdad, no voy a poder, me acuerdo cuando en tal ocasión no pude, y en tal otra también me sentí superada, y en esta otra pude, pero acabé mal…”, y empieza la película en la cabeza, trágica, negativa y desastrosa de nuestro fracaso inminente, película destructiva y completamente falsa, porque no es nada más que eso, una película mental, pero capaz de generar intensas emociones… como en el cine. Exactamente igual. 
Si te angustia tener tu mente llena de pensamientos negativos, ésa es una muy buena noticia. Si los tuvieras positivos no podrías darte cuenta de la total y absoluta identificación con tus pensamientos. Pero como los negativos te hacen sufrir empieza también a haber una desidentificación, una parte de ti que dice ‘no quiero tener esos pensamientos’. Entonces, ¿qué parte de ti tiene esos pensamientos y los alimenta y qué parte de ti es consciente de que no los quiere? 
Cada vez que te des cuenta de que eso ha ocurrido, no luches contra ellos, cada cosa contra la que luchamos la hacemos más fuertes, como las bacterias que se han ido haciendo resistentes a los antibióticos. Simplemente observa que eso ha ocurrido y centra tu conciencia en la realidad, en el ahora: tu respiración, tu cuerpo de pie pelando una zanahoria, o tu cuerpo sentado masticando. Céntrate en la experiencia, en las sensaciones. Encontrarás un segundo de silencio en tu mente. Y si repites y repites y repites este ejercicio este segundo se convertirá en un minuto, luego en varios minutos, y poco a poco en espacios cada vez más grandes y amplios, a lo largo del día, en los que tu mente estará en Silencio. 
No es difícil. Es la mente la que nos dice que es difícil. Lo verdaderamente difícil y caro es sufrir. 
 
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